Que si quiero parecer bonito entonces debo ser cuerpiacuerpado, pechivelludo, caribonito,
nalguiparado, torsibronceado, pierniabundante, planiabdominal, braciancho,
ojienternecido y no sé cuantas maricadas mas.
Pero la
verdad es que yo cumplo muy pocas de esas características, así que según esa
estética, yo de bonito tengo muy poco, y claro ese es un cuento que termine por
creerme yo mismo y que por tanto me hacía sentir incomodo cuando me tocaba por
ejemplo ir a una piscina y sacarme la camiseta para darle al mundo a conocer
las prominencias destacables de mi contorno abdominal.
Y es cierto
me sentía feo, sentía que nadie me miraba, y ansiaba tener el cuerpo que tantas
veces he visto en los programas de televentas, ansiaba coger el teléfono y
marcar el numero que aparece en pantalla como si con eso lograra llegar a
obtener un cuerpo perfecto y vería pronto en mi perfil de facebook cientos de
solicitudes de amistad.
Pero eso
nunca sucedió, este patito feo se resigno a vivir consigo mismo, masticando
migajas de depresión por simplemente no cumplir con los estereotipos, soñando
que un día un hada madrina cargada de cebollas cabezonas y ratones cumpliera el
sueño de verme bello por una noche y conseguir mi príncipe azul, como no soy
exigente podía prescindir del detalle de la zapatilla de cristal.
Y así fue,
mi hada madrina resulto ser un amigo “Oso”, que en el argot gay se refiere a un
tipo homosexual grande, gordo y velludo que me convido a un paseo de “Osos” en
las cercanías de Bogotá. Lugar donde los canones típicos de belleza se
encuentran un tanto, digamos menos universales y donde aquellos lugares de mi
anatomía considerados vergonzosos por mi resultaban seductoramente encantadores
para todos los presentes, con excepción mía obviamente.
De esa
manera pronto empecé a descubrir que la llamada belleza física, es un valor
subjetivo y que adicionalmente a los defectos que yo creía, muchos otros veían
otras muchas tantas cualidades que resaltaban dándome un estatus al que no
estaba acostumbrado, por esa razón empezó a rezumbar en mi cabeza la canción de
inicio de la Novela de Betty la fea:
Se dice de
mí.
Se dice que soy fea,
que camino a lo malevo,
que soy chueca y que me muevo
con un aire compadrón,
que parezco un dinosaurio,
mi nariz es puntiaguda,
la figura no me ayuda
y mi boca es un buzón.
(…)
Y ocultan de mí,
ocultan que yo tengo,
unos ojos soñadores,
además otros primores
que producen sensación.
Si soy fea se que, en cambio,
tengo un cutis de muñeca,
los que dicen que soy chueca,
no me han visto en camisón.
Así que en un momento termine por darme cuenta que no todo el mundo tiene los mismos gustos, que lo que es feo en un lugar, puede ser hermoso en otro (¡Modestia como la mía!) que simplemente uno debe empezar por quererse y aceptarse, y tratar de estar conforme con uno mismo que cuando uno se quiere a uno mismo todos los demás también empiezan a ver las cualidades que uno descubre.
Es decir como
tú te sientes, es como los demás te ven y es muy importante, demasiado en
verdad no dejarse guiar por las postales de hombres musculosos que colocaron en
las paredes del gimnasio a donde fui menos de un mes, las fotos que colocan en
las guias gays de Bogotá o las de los actores de cuanta película gringa sale al
mercado, la verdad es que quienes aparecen en esas fotos dedican su vida entera
a cultivar un cuerpo y vivir de él, cosas que no
podemos hacer el resto de los mortales.
Que sin
embargo, tenemos otras cualidades, de mi han dicho que una actitud varonil y
seria, una inteligencia resaltable, una actitud paternalista y protectora y
otras cosas que no traeré a mención, pero que me hacían olvidar que me
consideraba feo por no tener unos abdominales marcados.
Así que a la
mierda con los estereotipos he aprendido en ese viaje a descubrirme más a mi
mismo a través de los ojos de los demás que lo que descubría mirándome yo mismo
al espejo usando como referencia modelos profesionales.